Hoy ha sido un día largo. Tras una sesión de selección de fotos para el libro de uno de los autores de la editorial, me encuentro de nuevo en casa, con un documento abierto que espera mi corrección, un artículo que espera por ser redactado y este espacio, en el que desde luego, pretendo hablar sobre lo que significa vivir esta profesión.
Mi hermano, quien está a punto de terminar su carrera de arquitectura, me obsequió hoy el tema de este artículo. Me mostró un libro que había sacado de la biblioteca, en el cual se incluía un apartado sobre la edición de libros. El libro era, claro, de arquitectura, pero hablaba del diseño en general como una forma de organización espacial. Lamento no poder darles un título, pues me quitaron el libro antes de poder anotar los datos, pero prometo averiguarlo para la próxima. Más allá de lo que el libro en particular me dejó, pensé que sería interesante pensar ese concepto híbrido de la arquitectura, que plantea los cimientos de su disciplina como una fusión entre la funcionalidad y la forma (fundamento que por cierto se aplica también al diseño gráfico y, por extensión, a la edición de libros). Y la pregnuta es, ¿hay verdaderamente forma de asumir la edición de esa manera?
El situacionismo francés
Momento de una breve historia. Corría el año 1957 cuando un grupo socialista francés fundó lo que sería conocido como la Situacionista Internacional. Se trataba de un grupo de intelectuales y artistas que, basados en las creencias marxistas, habían adoptado una búsqueda de situaciones de vida alternativas a las que implantaba el régimen capitalista. Para ello, estos pensadores planteaban la creación de situaciones: situaciones en que el ser humano pudiera satisfacer sus deseos primales y sus necesidades de dicha, las cuales eran subyugadas por la búsqueda incesante de producción que proponía el capitalismo imperante.
Dejando la historia y a Marx y sus enemigos de lado, me interesaba rescatar particularmente una idea de estos señores franceses (que por cierto tuvieron una participación sumamente importante en los eventos de mayo del 68): la situación. Los situacionistas definían así el concepto central de su filosofía: Un momento de vida concreta y deliberadamente construido por la organización colectiva de un ambiente unitario y de un juego de acontecimientos. ¿Suena familiar? Un concepto clave que puede adaptarse a cualquier construcción endocéntrica: el núcleo irreemplazable es el deseo de la persona. Y el ambiente creado, el espacio ideal para que se dé la magia de la situación.
El libro, la situación
Ni más ni menos, el concepto del libro perfecto. Sabemos que el acercamiento entre un libro y su lector se produce en un espacio que no podemos controlar. Un editor no tiene manera de saber dónde o en qué situación será abierto un libro. Puede, por cierto, predecir ciertos comportamientos. De ahí que un libro infantil posea un material más resistente, porque puede preverse que el niño será menos cuidadoso con él, o que un libro de bolsillo esté diseñado para ser fácilmente trasladado, o que un libro de mesa sea más sencillo de visualizar completamente abierto que centrando la atención en una única página. Sin embargo, fuera de esas categorías casi primarias, el verdadero espacio de acercamiento le resulta al editor incognoscible.
Este dilema no ha sido, sin embargo, nunca objeto de demasiado cuestionamiento. Podríamos preguntarnos por qué, pero eso nos alejaría del tema. Podemos pensar por lo pronto, que existe una cierta verticalidad inevitable para con los lectores. Un autor crea un texto lineal que no está fabricado para esperar respuestas al autor. Del mismo modo, un editor crea un objeto que no admite la interacción con su usuario más que en la decisión de cómo pasar las páginas y cómo abordar la lectura. Y sin embargo, aun cuando se trate de un libro de consultas o un texto científico, la lectura probablemente planteará un orden prediseñado y pensado para y no por el lector.
¿Es esto algo que se debe aceptar como un axioma comunicativo de la edición? Quizás hoy en día se plantean posibilidades mucho más enriquecedoras con la aparición de la lectura digital y la figura del hipervínculo. Pero, ¿y con el libro en papel? ¿Existe forma de abordar una lectura fragmentaria, moldeable, interactiva?
Creo que, en ese sentido, hay ya experimentos dando resultados sumamente interesantes. Es cierto que el boom de editoriales en el Perú ha explorado muchísimo más los medios tradicionales de edición, y es cierto también que el afán editorial se ha volcado mucho más al desarrollo autoral que al mejoramiento de la actividad como forma de diseño per sé, pero creo también que ello desemboca irremediablemente en la evolución del libro. Hoy en día, creo que no es descabellado plantear (al menos yo quiero hacerlo) la idea de la edición no como un diseño que se repite a lo largo de un catálogo, sino como la construcción de una situación ideal para una obra determinada y el perfil de lector que esa obra llamará con mayor probabilidad.
Y esa forma de edición, tan relativa, personal y compleja, me parece un salto cualitativo enorme que puede darse desde y hacia un futuro que muchos editores llegaremos a ver. En ese sentido, considero las situaciones mucho más importantes que la lectura. Siempre se ha tratado de anular ese acercamiento estético: un editor tradicional jamás admitiría una imagen distractiva donde el texto debería primar.
Y sin embargo, ¿no ha cambiado también el lector moderno? ¿No leemos hoy en día mientras oímos música, vemos imágenes, conversamos en una ventana de chat y escribimos un correo electrónico?
El juego
Todo empieza como un juego. Ese es un precepto importantísimo para el situacionismo: un juego en el que podemos experimentar y predecir lo que ocurrirá cuando el espacio elegido quede en manos del usuario. Y ese es el experimento que actualmente busco desarrollar en la editorial, el sueño que me quita noches completas.
Desde luego, la idea puede resultar abstracta por momentos, llena de grandes vacíos. Pero ahí, probablemente, se encuentra la belleza de esa posibilidad: explorar una situación que minutos antes no hubiera esperado vivir.
Jugar con una obra no es, finalmente, sino una nueva manera de abordar la lectura, el arte, el mundo. Y es que, como decía una vieja divisa situacionista, debemos ser realistas exigiendo lo imposible.
Mi hermano, quien está a punto de terminar su carrera de arquitectura, me obsequió hoy el tema de este artículo. Me mostró un libro que había sacado de la biblioteca, en el cual se incluía un apartado sobre la edición de libros. El libro era, claro, de arquitectura, pero hablaba del diseño en general como una forma de organización espacial. Lamento no poder darles un título, pues me quitaron el libro antes de poder anotar los datos, pero prometo averiguarlo para la próxima. Más allá de lo que el libro en particular me dejó, pensé que sería interesante pensar ese concepto híbrido de la arquitectura, que plantea los cimientos de su disciplina como una fusión entre la funcionalidad y la forma (fundamento que por cierto se aplica también al diseño gráfico y, por extensión, a la edición de libros). Y la pregnuta es, ¿hay verdaderamente forma de asumir la edición de esa manera?
El situacionismo francés
Momento de una breve historia. Corría el año 1957 cuando un grupo socialista francés fundó lo que sería conocido como la Situacionista Internacional. Se trataba de un grupo de intelectuales y artistas que, basados en las creencias marxistas, habían adoptado una búsqueda de situaciones de vida alternativas a las que implantaba el régimen capitalista. Para ello, estos pensadores planteaban la creación de situaciones: situaciones en que el ser humano pudiera satisfacer sus deseos primales y sus necesidades de dicha, las cuales eran subyugadas por la búsqueda incesante de producción que proponía el capitalismo imperante.
Dejando la historia y a Marx y sus enemigos de lado, me interesaba rescatar particularmente una idea de estos señores franceses (que por cierto tuvieron una participación sumamente importante en los eventos de mayo del 68): la situación. Los situacionistas definían así el concepto central de su filosofía: Un momento de vida concreta y deliberadamente construido por la organización colectiva de un ambiente unitario y de un juego de acontecimientos. ¿Suena familiar? Un concepto clave que puede adaptarse a cualquier construcción endocéntrica: el núcleo irreemplazable es el deseo de la persona. Y el ambiente creado, el espacio ideal para que se dé la magia de la situación.
El libro, la situación
Ni más ni menos, el concepto del libro perfecto. Sabemos que el acercamiento entre un libro y su lector se produce en un espacio que no podemos controlar. Un editor no tiene manera de saber dónde o en qué situación será abierto un libro. Puede, por cierto, predecir ciertos comportamientos. De ahí que un libro infantil posea un material más resistente, porque puede preverse que el niño será menos cuidadoso con él, o que un libro de bolsillo esté diseñado para ser fácilmente trasladado, o que un libro de mesa sea más sencillo de visualizar completamente abierto que centrando la atención en una única página. Sin embargo, fuera de esas categorías casi primarias, el verdadero espacio de acercamiento le resulta al editor incognoscible.
Este dilema no ha sido, sin embargo, nunca objeto de demasiado cuestionamiento. Podríamos preguntarnos por qué, pero eso nos alejaría del tema. Podemos pensar por lo pronto, que existe una cierta verticalidad inevitable para con los lectores. Un autor crea un texto lineal que no está fabricado para esperar respuestas al autor. Del mismo modo, un editor crea un objeto que no admite la interacción con su usuario más que en la decisión de cómo pasar las páginas y cómo abordar la lectura. Y sin embargo, aun cuando se trate de un libro de consultas o un texto científico, la lectura probablemente planteará un orden prediseñado y pensado para y no por el lector.
¿Es esto algo que se debe aceptar como un axioma comunicativo de la edición? Quizás hoy en día se plantean posibilidades mucho más enriquecedoras con la aparición de la lectura digital y la figura del hipervínculo. Pero, ¿y con el libro en papel? ¿Existe forma de abordar una lectura fragmentaria, moldeable, interactiva?
Creo que, en ese sentido, hay ya experimentos dando resultados sumamente interesantes. Es cierto que el boom de editoriales en el Perú ha explorado muchísimo más los medios tradicionales de edición, y es cierto también que el afán editorial se ha volcado mucho más al desarrollo autoral que al mejoramiento de la actividad como forma de diseño per sé, pero creo también que ello desemboca irremediablemente en la evolución del libro. Hoy en día, creo que no es descabellado plantear (al menos yo quiero hacerlo) la idea de la edición no como un diseño que se repite a lo largo de un catálogo, sino como la construcción de una situación ideal para una obra determinada y el perfil de lector que esa obra llamará con mayor probabilidad.
Y esa forma de edición, tan relativa, personal y compleja, me parece un salto cualitativo enorme que puede darse desde y hacia un futuro que muchos editores llegaremos a ver. En ese sentido, considero las situaciones mucho más importantes que la lectura. Siempre se ha tratado de anular ese acercamiento estético: un editor tradicional jamás admitiría una imagen distractiva donde el texto debería primar.
Y sin embargo, ¿no ha cambiado también el lector moderno? ¿No leemos hoy en día mientras oímos música, vemos imágenes, conversamos en una ventana de chat y escribimos un correo electrónico?
El juego
Todo empieza como un juego. Ese es un precepto importantísimo para el situacionismo: un juego en el que podemos experimentar y predecir lo que ocurrirá cuando el espacio elegido quede en manos del usuario. Y ese es el experimento que actualmente busco desarrollar en la editorial, el sueño que me quita noches completas.
Desde luego, la idea puede resultar abstracta por momentos, llena de grandes vacíos. Pero ahí, probablemente, se encuentra la belleza de esa posibilidad: explorar una situación que minutos antes no hubiera esperado vivir.
Jugar con una obra no es, finalmente, sino una nueva manera de abordar la lectura, el arte, el mundo. Y es que, como decía una vieja divisa situacionista, debemos ser realistas exigiendo lo imposible.
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